jueves, 13 de mayo de 2010

Gato II

No se por qué lo hice, pero el caso es que "eso" ocurrió y nunca lo podré borrar de mi mente, así que creo que es mejor sacarlo de ese rincón donde lleva años enterrado y sólo sale a pasear de noche, en mis pesadillas.
Debía tener yo unos 8 años o la edad que se tenga en 3º de E.G.B cuando pasó.

Siempre me gustaron los animales, en especial los gatos, eran seres preciosos, me despertaban admiración y cariño, nunca me habían dejado tener uno en casa y creo que por eso me gustaban más.

En el barrio había varios gatos, como vivía en un pueblo, los felinos tenían dueños pero hacían excursiones campestres durante el día, muchos acudían con cierta frecuencia al huerto de mi abuela o a mi jardín, algunos hasta se dejaban acariciar. La vecina de enfrente tenía un siamés precioso, Jasán, me hubiese hecho muy feliz tener uno igual por aquel entonces.

Entre todos esos adorables felinos había uno que despertaba en mí un sentimiento muy distinto. Era un gato negro, pequeño, muy flacucho y medio sarnoso, era manso, dejaba que te acercases a él, incluso se dejaba tocar mientras comía. Extrañamente no me producía la más mínima ternura, nunca intenté alimentarlo o acariciarlo, me resultaba asqueroso. No consigo entender por qué aquel animal me producía aquel sentimiento, era sólo un gatito, un cachorro y yo era una niña que adoraba los gatos, no lo veía tierno, su comportamiento y aspecto me horrorizaban, me gustaría entender por qué, todo es demasiado lejano, mi recuerdo es demasiado borroso...

Lo llamábamos Miserias, pobre animal, recuerdo que no gustaba a los niños, nunca supe de quién era. Es probable que no tuviese dueño y la necesidad de comida lo hubiese obligado a comportarse mansamente.

Un día se me ocurrió una idea: matarlo, y lo hice, no fue en absoluto premeditado, sólo vi la ocasión.

Mis padres habían ido a pasear y yo me había quedado en casa con mi abuela, estaba jugando en la terraza con mis barbies, me asomé por la ventana y vi a Miserias maullando en el prado al que daba la parte trasera de mi casa, quería comida, yo le quité el hambre.

Bajé rápida y sigilosamente al prado con un trozo de jamón york, cogí también una piedra de las muchas que tenía mi padre en la carbonera, lo hice todo con cuidado para que mi abuela no se enterase.

Abrí la puerta del sótano, que comunicaba con el prado y llamé al gato: Mish, mish enseñándole el trozo de jamón, lo tiré en el suelo y cuando agachó ansiosamente la cabeza para comerlo se la aplasté con la piedra. Fue muy rápido y apenas sangró, se quedó muerto con la boca y los ojos entreabiertos, la sangre empezó poco a poco a empapar el pelo detrás de una oreja. De pronto me paralizó el miedo, no sabía qué hacer con el cuerpo inerte, no tenía tiempo de cavar en el huerto para enterrar el cadáver, lo metí en el sótano y subí corriendo a por una bolsa, lo metí dentro para que no pingase sangre y lo escondí en una caja de herramientas casi vacía de mi padre, el cuerpecito estaba aún caliente y pesaba. Recuerdo que me pareció demasiado pesado para su pequeño tamaño. Tiré la piedra, que tenía un poco de sangre, al prado del vecino y subí a seguir jugando con las barbies.

Menos mal que nadie se había dado cuenta, tardé muy poco, no más de cinco minutos, pero ahora tenía un problema, qué hacer con el gato muerto.

Enterrarlo sería imposible, necesitaría mucho tiempo a solas, en el prado, para poder hacerlo, y siempre que jugaba en el prado mi abuela miraba cada poco por la ventana de la terraza para ver si estaba bien.

No podía tirarlo a la basura, ni al contenedor, porque me vería todo el mundo, me invadió un terrible sentimiento de angustia, me sentí atrapada. Sabía que lo que había hecho estaba mal, aunque no me sentía culpable en absoluto.

De pronto supe qué hacer, me sentí muy aliviada, lo metería en la mochila y lo echaría en la basura del colegio, cuando lo encontrasen nadie lo iba a relacionar conmigo...Menos mal que había tenido esa idea.

Bajé otra vez al sótano con mi mochila del cole, saqué la bolsa con el gato de la caja y la metí en el fondo de la mochila, me sorprendió que se había puesto muy rígido, la tapé con el estuche y los libros, ocupaba muy poco.

No recuerdo nada más de ese día, al día siguiente fui al servicio femenino del personal del colegio antes de entrar en clase, como mis madre era maestra y llegábamos antes de que tocase la sirena siempre me dejaban usarlo. Dejé la bolsa en el cubo de la basura, eché bastante papel higiénico para taparla y me olvidé del asunto. Nadie dijo nada, así que es probable que nadie percibiese la bolsa con el gato, el olor era imperceptible aún y de haber empezado a pudrirse se habría confundido con el de las compresas y tampones usados.

Nunca he podido olvidar lo que hice, pero nunca he conseguido sentirme culpable por ello, lo único que me gustaría es entender qué me movió a hacerlo y por qué no sentí remordimientos.

Sólo ahora que me he alejado lo suficiente de aquella niña y de aquel gato he llegado a sentir una enorme repulsión por mi acto, pero no puedo comprender por qué no la sentí antes.

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